
De mañana. Ahí estaba, sólo, frente a una hoja en blanco.
Blanco vaciado de falta.
Buscó a su alrededor y no había muletas. No había qué, ni quién orientase sus pasos.
Derrumbe e incertidumbre::: la brújula (la que no engaña))) lo inunda.
Desamparo inconmensurable,
sintió paralizarse.
Esas piernas no respondían a los ruegos::: cayó.
Arrancó las lagañas que pegoteaban sus ojos. Lloró, como niño al nacer y nació.
Los pelos de sus blancas y delgadas piernas se erizaron súbitamente.
Poco a poco logró sostenerse, unas cuantas veces golpeó la cabeza en tierra seca y quebrada.
Se levantó.
Advirtió no estar sólo, ni dormido; una extraña familiaridad irrumpe.
A lo lejos::: sonidos, formas difusas y ahí estaban ellos:::
afectados por las amapolas::: intentan litoral.
(a)doradas piedras en camino. Son Dorothy.
No-todos caminan, otros, en el borde.
Del suelo asomó una hoja, luego un árbol y al cabo de un tiempo estaba saboreando una gran manzana::: olorosamente colorada.
De su boca brotaron mariposas.
Un pájaro acunó en su hombro, cual San Francisco.
Noviembre de 2008.
Lic. Hernández Ariel.
Psicoanalista.
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